Durante los inicios del primer Milenio, los imperios romanos de Oriente y Occidente se habían ido separando gradualmente a lo largo de las fallas religiosas que habían tenido lugar durante siglos. Aunque la separación del mundo Romano se puede constatar en la construcción de la nueva Roma de Constantino en la ciudad griega de Bizancio, que más tarde sería renombrada a Constantinopla. El cisma del este, también llamado gran cisma o cisma de 1054, fue la ruptura total de la comunión entre lo que ahora son las iglesias ortodoxa Oriental y la Católica. Pero lo cierto es que las diferencias eclesiásticas y las disputas teológicas entre el Oriente griego y el Occidente latino ya existían antes de la ruptura formal que se produjo en 1054.
En este artículo, exploraremos el contexto histórico y las razones detrás del gran cisma de 1054, que dividió a la Iglesia en dos ramas principales: la Iglesia Ortodoxa Oriental y la Iglesia Católica. Veremos cómo las tensiones entre el Oriente y el Occidente se fueron intensificando a lo largo de los siglos, hasta llegar a un punto de ruptura.
El contexto histórico
Durante los primeros siglos del primer milenio, el Imperio Romano se había dividido en dos partes: el Imperio Romano de Occidente y el Imperio Romano de Oriente. A medida que el tiempo pasaba, estas dos partes se fueron separando gradualmente, tanto en términos políticos como religiosos.
Una de las principales diferencias entre el Oriente y el Occidente era la cuestión del idioma. Mientras que en el Occidente se hablaba principalmente latín, en el Oriente se hablaba griego. Esta diferencia lingüística contribuyó a la divergencia cultural y religiosa entre las dos partes del Imperio.
Las diferencias religiosas y teológicas
Además de las diferencias lingüísticas y culturales, también existían diferencias religiosas y teológicas entre el Oriente y el Occidente. Estas diferencias se manifestaron en disputas sobre cuestiones como el origen del Espíritu Santo, el uso de pan con levadura o sin levadura en la Eucaristía, la jurisdicción universal del obispo de Roma y la ubicación de la sede de la petarquía en Constantinopla.
Estas disputas teológicas y eclesiásticas existían mucho antes del cisma formal de 1054. Ambas partes se acusaban mutuamente de herejía y se aprovechaban de cualquier excusa para discutir y acusarse los unos a los otros. Por ejemplo, el emperador bizantino León III dio el primer paso hacia la ruptura total cuando declaró en el año 730 que el culto de imágenes religiosas era herético. La iglesia occidental se mantuvo firme en su apoyo al uso de imágenes religiosas, lo que generó tensiones con el Oriente.
En respuesta a la condena de León III, el papa Gregorio III condenó las acciones del emperador y León confiscó las propiedades papales y las puso bajo el gobierno de Constantinopla. Este evento, conocido como la iconoclasia, amplió aún más la divergencia y la tensión entre el Oriente y el Occidente.
Aunque la iglesia todavía estaba unificada en aquel momento, la cortesía y moderación de la iglesia occidental hacia Constantinopla se fue disolviendo gradualmente. Roma mantuvo una posición de apoyo constante a las imágenes religiosas, mientras que el Oriente se volvió más hostil hacia ellas.
El papel del Sacro Imperio Romano
El papel del Sacro Imperio Romano, liderado por Carlomagno, también contribuyó a la ruptura entre el Oriente y el Occidente. Después de que Carlomagno salvara a Roma de un ataque lombardo, el papa León III lo declaró nuevo emperador romano en el año 800. Esto fue un mensaje claro de que los papas eran ahora leales a los francos y no a los bizantinos.
Esta declaración fue considerada un ultraje por parte del Imperio Bizantino, ya que se vieron a sí mismos como los verdaderos sucesores de Roma. A partir de ese momento, el Imperio Franco se conoció generalmente como el Sacro Imperio Romano, con dos imperios romanos: el bizantino y el franco.
La autoridad del Imperio Bizantino se debilitó significativamente en Europa occidental, donde ya no se les llamaba romanos, sino griegos. Sin embargo, los bizantinos continuaron considerándose romanos y mantuvieron al patriarca de Constantinopla como la figura religiosa más importante de la iglesia cristiana.
Las diferencias en la práctica y el culto entre la iglesia de Roma en el oeste y la iglesia de Constantinopla en el este siguieron aumentando con el tiempo. En el año 1053, el patriarca ecuménico de Constantinopla, Miguel I Cerulario, ordenó el cierre de todas las iglesias latinas en Constantinopla en respuesta a las restricciones impuestas a las iglesias griegas en el sur de Italia.
Este acto fue el primer paso en el proceso que condujo al cisma formal de 1054. Las relaciones entre las tradiciones orientales y occidentales dentro de la iglesia cristiana llegaron a una crisis terminal. El legado papal enviado por el papa León IX viajó a Constantinopla con el propósito de negarle a Cerulario el título de patriarca ecuménico y exigir el reconocimiento del papa como la cabeza de todas las iglesias.
Sin embargo, Cerulario se negó a aceptar estas demandas y el líder de la delegación papal, el cardenal Humberto de Silva Candida, excomulgó a Cerulario. A su vez, Cerulario excomulgó a Humberto y a los demás legados. Este fue el primer acto de un proceso de siglos que finalmente se convirtió en un cisma completo.
El gran cisma de 1054
La separación gradual entre el Oriente y el Occidente culminó en una declaración formal de separación en el año 1054. Este evento se conoce como el gran cisma y dividió a la Iglesia en dos ramas principales: la Iglesia Ortodoxa Oriental y la Iglesia Católica.
La iglesia se dividió a lo largo de líneas doctrinales, teológicas, lingüísticas, políticas y geográficas. La brecha fundamental nunca ha sido sanada y, en los siglos posteriores, ambas ramas se acusaron constantemente de herejía y de haber iniciado la división.
Los conflictos posteriores, como las cruzadas, la masacre de los latinos en el año 1182, el saqueo de Tesalónica en el año 1185 y la captura y saqueo de Constantinopla en el 1204, hicieron imposible cualquier tipo de reconciliación. Estos eventos solo profundizaron la división y aumentaron las tensiones entre el Oriente y el Occidente.
El gran cisma fue el resultado de siglos de tensiones y disputas entre el Oriente y el Occidente. Las diferencias religiosas, teológicas, lingüísticas y políticas contribuyeron a la ruptura total de la comunión entre la Iglesia Ortodoxa Oriental y la Iglesia Católica. Aunque se han realizado esfuerzos para sanar la brecha a lo largo de los siglos, la división fundamental sigue existiendo hasta el día de hoy.